Encuentro con una Prostituta

Encuentro con una Prostituta
No puedo parar de reconocer que es un incentivo pasar por la glorieta en la que se ponen las putas. Podría decir que es una indecencia. Que está muy mal la explotación sexual. Que es un oficio humillante.

Con todo eso estoy conforme. Mas no puedo parar de reconocer que cuando sé que pasaré por esa glorieta, por la noche, las pulsaciones suben.

Las putas se ubican inmediatamente después de la glorieta. Hay que frenar para poder rodear bien el obstáculo, y al salir te las hallas de frente. Es imposible no verlas.’ ¿Qué? ¿eh? Ah sí es que pensaba en otra cosa’. Afirma alguien cuando le comentas sobre la glorieta de yerras. Ya y una mierda. No se puede meditar en otra cosa en el momento en que te encuentras con una tía medio en pelotas, ajustada en unas medias de reja negras, con las tetas apretadas deseando salir a tomar aire por el hecho de que se ahogan. No se puede fingir que uno está distraído, ‘pensando en otras cosas’ cuando 3 tiparracas seguidas, una de ébano, otra rubia, y otra con una catarata de pelo rizado, te muestran los músculos tensos de sus pantorrillas y glúteos. Que resulta que van sin braguitas, que están en pelotas, en la nacional. Que prácticamente te estrellas.

Mas parar es complicado. Debes saber que están ahí. Por el hecho de que el tramo de carretera en el que están es corto. Y si frenas de cuajo, el de atrás, que asimismo va baboseando, cerciorándose de que ciertamente están buenísimas y desfilando en ropa interior lasciva se choca contigo. Vaya sitio para tener que reparar los papeles de tráfico. Con las putas deambulando por ahí. Con una actitud gatuna que desea incitar. Rozándote las perneras del pantalón. ¡Guapo, guapo! ¿Deseas pasar un buen rato? Y tu ahí dibujando un croquis de de qué forma ha sido la hostia.

Parar es complicado. Mas incluso y de esta manera en ocasiones hay turismos. Ya se lo saben. Y en la glorieta aflojan la velocidad más de la cuenta. Se separan cara un lado. Una salida de la glorieta cara ninguna parte. Donde muere el asfalto. Un camino que va cara el mar. No ponen el intermitente cuando hacen esa maniobra. Para pasar inadvertidos.

Debe ser jodido parar. Aparcas el turismo. Se te aproximan. ¿A cuál escoges?

Yo lo pienso y el cosquilleo ese que siento por la emoción de ver a unas chicas preciosas se me transforma en nausea.

Más tras mi primer encuentro con una ramera.

No fui el que tomé la iniciativa. Era otra zona de la urbe. Más deprimida. Más retirada del mar. Mas el Mercadona que había allá me venía bien para hacer la adquisición. Desde hacía un tiempo ciertas putas habían comenzado a colonizar los aledaños. Se paseaban por las aceras. Se dejaban ver. Eran conocidas. Yo me fijé en una rubia. Para no fijarse.

Rubia de patraña claro. Era demasiado evidente que llevaba peluca. Tenía buen tipo. Quedaba resultona. De eso se trata. De tender una buena trampa. De atraer.

Estaba concluyendo de maniobrar para encajar el vehículo bajo una sombra cuando la tía anduvo cara mí. Ella sabía que la había mirado. Más de la cuenta.

Salgo del turismo y me pongo a buscar con actitud distraída bolsas en el maletero. Tal y como si no me percatase de que viene directa. De que me ofrecerá sus servicios. Víctima favorece.

¿Tienes un cigarro? Me afirmó. Era cubana. Por el acento. No, no fumo, la respondo. ¿Y agua? Ahí me había cogido. Pues agua si tomo. No, lo siento. Levanté la vista y puede ver a Mariela.

Lo cierto es que no sé si se llamaba Mariela. Mas un escritor debe tener imaginación. Mariela. Rubia postiza. Con la cara como un bizcocho de naranja. La viruela la había demacrado. Mariela tras esas lentes de sol enormes y esos labios decorados exageradamente. Para intentar ocultar la escabechina. Mariela que había echado el anzuelo a ver qué pasaba.

Tras mis cortas contestaciones huyo hacia el Mercadona. Fui desaprensivo. Fui brusco. No deseaba saber nada.

Rubia, fea, de buena planta. Con dos tetas rellenas de silicona.

Me da lástima dejarla de este modo. Me da lástima que se deba ganar la vida soportando a tipejos que la maltratan. Al que venga. Sin derecho de admisión. Merodeando bajo el sol ardiente del verano. Paseándose ligera de ropa en las frías noches de diciembre.

Ciao me ha dicho al despedirse. En un tono sugestivo. Por si acaso me lo pienso mientras que hago la adquisición.

Berenjenas, arroz, galletas. Cosas de la limpieza que jamás encuentro. Una botella de vino asequible. Un rioja a 3 euros. Eso ni es rioja ni es nada. Chocolate. Zanahorias. Frutos secos. Y adquiero un botellín de agua. Se me ocurre llevarle un botellín a Marieta. Ganas de complicarse la vida. 29 céntimos. No es caridad. Es que deseo aproximarme al planeta de la prostitución. Como el que se aproxima a un barranco. Por curiosidad. Que no aguarda desplomarse ni tirarse. Mas si sentir el vértigo. El cosquilleo.

Ya desde la caja oteo el horizonte. No la veo por el aparcamiento. Ni por las aceras más próximas.

Llevo el botellín de agua a mano. Para soltarlo cuando pueda. Para no tener que buscar en las bolsas donde va el resto de la adquisición. La busco. Tampoco de forma muy atractiva. Mientras que recorro la poca distancia que hay hasta el turismo. Mientras que pongo la adquisición en el maletero, con mayor pausa y cuidado de lo normal.

Nada. No aparece.

Pretendo que sea una entrega veloz. Pretendo soportarle la mirada. Me agradaría detenerme a charlar con ella. Que me cuente las interioridades de su planeta. De ella. Mas me molestarían las miradas extrañas. Me terminaría diciendo que trabaja. Que ahueque el ala o bien que le pague. Por no charlar de su chulo. Que lo mismo me parte las piernas.

Prosigo tirando visuales acá y allí. Mientras que maniobro para sacar el turismo del estrecho aparcamiento. Prosigue sin aparecer. Decido agotar el último cartucho. En lugar de regresar por la senda frecuente doy una vuelta a la manzana. Conduzco despacio. Mirando a los lados. Mirando por los espéculos retrovisores.

No hay bastante gente, lo que facilita la labor.

Al fin la veo. La melena rubia es inconfundible. Como la de Kathleen Turner haciendo de China Blue. Paro el turismo al lado de la acera. De cualquier forma. Lo que llama su atención. Supone que soy un cliente del servicio. Yo me siento incómodo, inquieto. Es la primera vez que reclamo a una puta a fin de que se acerque al turismo. Me mira. Sonríe: Hola mi amol.

Con su tono cubano. Saco el botellín. El botellín, ojo, el botellín. No otra cosa. Y le digo: Toma ¿no tenías sed? Apenas se recobra de la sorpresa. Nada de casquetes. Nada de euros. Agua para apagar la sed. Gracias responde. Desconcertada. Desilusionada.

Noto que me reconoce. Que hace la conexión. Que era el tipo al que había pedido un cigarro. Ahí en el Mercadona.

Mas ya he arrancado. He quitado el freno de mano. Tengo tiempo de ver de qué manera un tipo con pinta de matón que deambula cerca no pierde detalle. A la espera de sucesos. Muchas palabras y pocos euros.

Me largo. La dejo a Mariela con su botella de agua.


Bueno para es una Prostituta que para en Los Olivos


No entiende como quedan románticos por el planeta. Románticos y gilipollas que afirmarían Faemino y Fatigado. Como lo de cultivar perejil. Cultivar cosas que se obsequian.

No dejo de darle vueltas a la vida de Mariela. A su vagabundeo perruno por los distritos marginales. Para abonar a un chulo. O bien para lograrse una dosis.

FECHA: a las 22:31h (455 Lecturas)

TAGS: Los Olivos