De la sabiduria de una madre a la búsqueda de la libertad en un país en crisis eterna
Desde muy pequeño, había una persona que, como todos los que fuimos pequeños, sabía que era sabia sin títulos, a la que siempre recurrimos. Ella era mi madre, con apenas una educación primaria a cuestas, sabía más de la vida que cualquier enciclopedia. Claro, su vida, como la de tantos padres y madres de aquella época, tuvo que vérselas con situaciones extremas, donde había que ingeniar para sobrevivir.
De aquella persona que provenía de padres italianos que rendían culto al trabajo, aprendí los valores fundamentales para encaminar mi destino. Supo arreglárselas ante adversidades propias de un país que andaba de aquí para allá. Siempre por suerte pude esquivar cascotazos y pozos que cavaban por delante tuyo. Pude formar un hogar y educar con mi reina al lado, un par de hijas.
Hasta que llegó el día en que comencé a sentir el peso del esfuerzo, para sostener equilibradamente la educación, la economía y el propio sostén de nuestra pareja, para que no se deteriorara. Sumados los años acumulados en el cuerpo y en el propio DNI que no me mentía, intentando hacer pedazos todos aquellos sueños e ilusiones que todavía faltaban concretarse.
Allí fue cuando tomé una decisión crucial en mi vida, elaborando alternativas que rodeaban lo difícil para llevarla a cabo, pero no imposible adecuarlas dentro de la legalidad. Así me encaminé en algo diferente, que me iba a posibilitar darme un respiro a tanta opresión económica y me daría la oportunidad de conocer el mundo, siempre junto a la familia, para que se llenara de cultura necesaria y para acumular experiencia de vida.
En el país en el que nací, ya hacía unos años que había comenzado esa debacle anímica, en donde terminé de darme cuenta de que el país que habitaba, aquel que me enseñaron a querer y respetar, me mostraba sus incipientes hilachas, las que poco a poco se estaban convirtiendo en ruinas. Allí fue cuando recordé aquellas palabras sabias de mi madre, que ya de chico me advertía y me decía: "Cuídate siempre, nene, vivir aquí no es tan sencillo, porque siempre habrá gente mala que intente cortarte las alas para que no puedas volar", y estaba refiriéndose claramente a la libertad, algo que en esos tiempos no llegaba a comprender. Pobre vieja, si lo habrá sabido. Apenas pudo salir de su casa alguna que otra vez, sin conocer siquiera el significado de unas vacaciones. Ella sabía de libertades negadas, porque continuamos sin libertad, pero hoy peor que ayer, porque en este país, Argentina, siempre se puede estar peor, o sea, disfrutemos el mal de este día, mañana tal vez, lo vamos a añorar. Da escalofríos solo pensarlo. Pero nos están llevando derechito a la desaparición forzada de los argentinos. Como aquel arqueólogo que mostraba lo que cierta vez fue un país, con un mapa en la mano, donde solo había un gran cráter y solo la nada lo habitaba.
Allí fue cuando mis hijas tomaron la decisión de irse de esta debacle, a lo que nunca me opuse, recordando aquella frase de mi madre que decía, "siempre van a intentar cortarte las alas". Nos han hecho pedazos. Y los culpables son muchos, por no decir casi todos, los políticos delincuentes que como una banda de langostas arrasan con todo lo que pueden. Una plaga a la que curiosamente, muchos aplauden, idolatran y vitorean. ¿Será acaso por esas dádivas que les ofrecen para mantenerlos callados y sin quejarse? Parecería que sí, porque nadie grita, nadie se queja. Están todos dormidos y aferrados a sus paraísos de tierra y barro, con heladeras vacías e hijos descalzos, eso sí, sin descuidar el celular, comprados con planes acorde a sus ingresos o peor aún, robados. Al igual que la tele que ven cada día, la sonriente figura del político de turno, que aunque saben que les mienten, igual los adoran. Estos asesinos y traidores a la patria (y hago hincapié en asesinos, porque no solo una bala mata, también matan las mentiras, las promesas, la corrupción, la inseguridad, el no poder salir a la calle tranquilo, el tener miedo de enviar a un hijo al colegio, el no poder salir a caminar cuando uno quiere, el mirar para el otro lado y dejar que la droga termine de hacer el trabajo sucio de gobiernos cómplices). En pocas palabras, no somos libres.
Al diablo con la democracia, porque comenzaremos a creer que esa palabra es una vil mentira. Tanto silencio aturde, tanta inacción de la gente, tantas verdades que molestan, cuando vemos que hasta un loco pretende acceder al poder. ¿A qué punto hay que llegar para decir basta, hasta que nadie pueda comer? ¿Hasta que nadie pueda estudiar? ¿Hasta que nadie pueda curarse? ¿Cuáles son los límites de una cordura incomprensible? ¿O acaso no nos estamos dando cuenta de que nuestra generación es responsable de lo que vendrá, incluyendo a nuestros hijos y nietos? Parecería que no, y eso es una nueva pena. Soy consciente de que hay muy poca oferta política que valga la pena, muy poca. Sé también que nos han acorralado a todos los ciudadanos, porque votar en Argentina es obligatorio, pero también lo es la honestidad y sinceramente, no puedo encontrarla en nadie. Ustedes disculparán, pero decir verdad y contradiciendo a aquellos que niegan que todo pasado fue algo mejor, lo prefiero, porque al menos podría preguntarle a la sabia de mi madre qué tendría que hacer y seguro, pero seguro, tendría la respuesta.
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AUTOR: Amílcar Ávila Tedesco
EN: Personales