Las horas previas a la trampa

A 39 años del asesinato de Rodolfo Walsh
Las horas previas a la trampa
El 25 de marzo de 1977 lo emboscaron por las calles de la Ciudad de Buenos Aires, Walsh se resistió y fue baleado de muerte. 39 años después, su cuerpo sigue sin aparecer.
Por Juan Anit
Un 24 de marzo por la noche, Rodolfo Walsh había terminado de escribir la última copia de la “Carta de un Escritor a la Junta Militar”, en lo que significaba una de sus más importantes apuestas personales: terminar y distribuir esa carta al cumplirse un año del nefasto gobierno de Videla.
Con la sensación de haber cumplido la tarea propuesta, Walsh acompañado de su esposa Lilia Beatriz Ferreyra, salieron a caminar por el jardín de la casa que tenían en San Vicente bajo la claridad del cielo estrellado. “Como tantas otras veces, él señaló las constelaciones. Caminamos por el pasto recién cortado, y todo estaba listo para recibir el próximo sábado con un asado a nuestras primeras visitas: su hija Patricia con su marido y sus dos hijos, María de tres años y Mariano, recién nacido”, relata Beatriz Ferreyra.
El día siguiente amaneció con un sol radiante, y Walsh tenía previsto encontrarse con varios colegas que les ayudarían a distribuir la carta. Fue el mediodía del 25 de marzo de 1977, cuando abandonó su domicilio de Triunvirato e Ituzaingó, vestido con una chaqueta beige de tres bolsillos, pantalón marrón, un sombrero de paja, zapatos marrones, anteojos, y portando consigo un portafolio y una pistola marca Walther PPK 22, bajo el nombre falso de Norberto Pedro Freyre el cual acreditaba con una identificación apócrifa, ya que se sabía buscado por las Fuerzas Armadas.
Esa mañana su Fiat 600 no había arrancado, y junto a su mujer caminaron hacia la estación del tren Roca con la intención de viajar rumbo a Constitución. Mientras esperaban el ferrocarril, se encontraron por casualidad con Victoriano Matute, quien le entregó una copia del boleto de compraventa correspondiente a su domicilio, y que Walsh guardó junto con las copias de la carta en el portafolio que llevaba consigo.
En Constitución, Walsh confirmó telefónicamente una cita con José María Salgado, “Pepe”, que se iba a llevar a cabo entre las 13:30 y las 16 en San Juan y Entre Ríos. Tenía por objeto, al igual que otras dos citas previstas para ese día, difundir la carta. Además de Salgado, se vería con René Haidar, sobreviviente de Trelew, y con otra persona.
Cerca de las 13:30, el periodista cruza la calle Brasil y antes de separarse de su mujer se prometen un posible reencuentro a las 17 del mismo día, en un departamento de Malabia y Gutierrez. En consecuencia, ella le recuerda que no se olvidara de regar esa noche el almácigo de lechugas que habían sembrado la tarde anterior en el jardín de la casa de San Vicente, sin saber que esa sería la última vez que vería la sonrisa de su amado esposo.
El escritor continuó su camino para concretar el primer encuentro. Iba por la vereda de San Juan, entre Combate de los Pozos y Entre Ríos, cuando escucha un grito de alerta desde un coche: ¡alto policía!
Se trataba de un grupo operativo perteneciente a la UT 3.3.2 compuesta por entre 25 y 30 hombres que se desplazaban en más de seis vehículos: entre ellos un Peugeot 504, un Ford Falcon, una Ford F 100, una Renoleta y una camioneta a la que denominaban Swat.
Al escuchar el alerta, Walsh mete la mano en una bolsa de plástico que tenía, y ante la sospecha de que opusiera resistencia, uno de los intervinientes dio aviso de una emergencia y al grito de “Pepa, pepa” (término usado para denominar a las granadas) una gran cantidad de oficiales comenzó a dispararle hasta que la víctima se desplomó.
Walsh sufrió varios impactos de bala en el tórax que le provocaron la muerte. Con posterioridad, fue introducido en uno de los rodados y conducido a la ESMA, donde arribó sin vida. Una vez allí, fue descendido raudamente por la escalera que unía el hall de la planta baja con el ‘Sótano’ del edificio, sin poderse precisar, al día de la fecha, el destino dado a sus restos.
En embargo, el propósito era capturar a Walsh con vida y tal circunstancia se debía a la condición de oficial primero que ocupaba en la organización Montoneros y que estaba a cargo de la Agencia Clandestina de Noticias (Ancla), y así someterlo a crueles sufrimientos destinados a obtener información.
Tras terrible acribillamiento, lo desapoderaron de los objetos que llevaba: el portafolio, la pistola, un reloj Omega, la cédula de identidad a nombre de Norberto Pedro Freyre, que había usado en la investigación de los fusilamientos de José León Suárez, el boleto de compraventa y las copias de la Carta Abierta.
No alcanzó el homicidio ni la atrocidad. Ni el haber cumplido con el objetivo de silenciar el personaje de Rodolfo Walsh. Por eso un día después del brutal episodio, un grupo de unas 50 personas se constituyeron en el domicilio de Victoriano Matute para que los condujera a la casa de Walsh. Llegaron a San Vicente entre las 3:30 y las 4 de la mañana y luego de disparar en forma continua contra la finca, entraron y sustrajeron una importante cantidad de objetos.
Finalmente, Walsh no llegó a las cinco de la tarde a un departamento de Malabia y Juan María Gutiérrez como lo había acordado con su mujer. Ferreyra no se preocupó porque lo habían previsto y al día siguiente volvió a San Vicente con Patricia Walsh, su marido Jorge Pinedo y los dos hijos porque habían organizado un asado. Cuando llegaron, no vio el Fiat ni el humo del asado. Las paredes de la casa tenían disparos, faltaban puertas y ventanas.
Su mujer afirma que el escritor “sabía de las torturas sin límites y que, por tanto, no quería ser capturado con vida”. Quizás fue esa la última voluntad que pudo cumplir el periodista Rodolfo Walsh.
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AUTOR: Juan Anit
EN: Sociedad